La niña rica del castillo


Había una vez, hace mucho tiempo, una familia muy rica que vivía en un palacio muy lujoso. Comían lo que querían, tenían la ropa más bonita, los mejores caballos y un montón de sirvientes que trabajaban para ellos. Todo el mundo sabía que eran muy ricos, a diferencia del resto de los habitantes de la aldea, que no tenían demasiado dinero y sobrevivían con lo poco que tenían. Pero los habitantes del castillo rara vez se relacionaban con ellos. Prácticamente no salían de sus lujosos aposentos.

En aquel palacio vivía Emma, la hija pequeña de la familia. Era una niña muy mimada que tenía de todo. Un día, Emma quiso salir a dar un paseo y cuando llego a la aldea unos niños se acercaron a ella nada más verla: ¡Hola! ¿Cómo te llamas? ¿Quieres jugar con nosotros? – le preguntaron. Pero Emma los miró con mala cara y les contesto de muy malas pulgas:
- ¿Yo? ¿Jugar con ustedes? Para qué iba a querer jugar con ustedes. ¡Miren como están vestidos! ¡Además sus juguetes están viejos y rotos! Yo tengo juguetes mucho mejores y no necesito amigos como ustedes.

Un día, pasó algo terrible. Por accidente hubo un incendio muy grande y todo ardió, arrasando las llamas con las casas y las propiedades de los habitantes de la aldea. El palacio de Emma tampoco se salvó. Quedó reducido a cenizas y Emma y su familia perdieron todo lo que tenían.

Los habitantes de la aldea estaban muy preocupados y se reunieron para buscar una solución: - Si unimos nuestras fuerzas y trabajamos duro podremos levantar nuestras casas de nuevo. ¡Sólo necesitamos ayudarnos unos a otros y seguro todo irá bien! – decían todos. Y así fue. Todos se unieron y trabajaron en equipo. Poco a poco fueron recuperando su vida normal. Cuando tuvieron hechas sus casas, volvieron a sembrar los campos, cosieron ropa nueva y fabricaron juguetes para los niños.

Pero, mientras tanto, las cosas en palacio iban muy mal. Habían perdido todo lo que tenían y no podían construir un palacio tan grande y hermoso como el de antes, ni tampoco recuperar sus bellos ropajes ni sus objetos lujosos. 

- ¡Yo quiero mis cosas otra vez! ¡Así nunca seré feliz! – gritaba Emma mientras lloraba sin parar. Lo peor de todo era que como todo se había quemado ya ni siquiera tenían comida. Tenía tanta hambre la pequeña que un día salió a buscar algo de comida y se encontró con unos niños que estaban divirtiéndose con unos juguetes hechos con ramas y piedras.

- ¿Tu eres Emma, la niña rica, verdad? Preguntaron los niños. - Si, bueno ya no. El fuego se lo llevó todo… ¿me dejan que juegue con ustedes? Los niños se quedaron sorprendidos y recordaron el día en que Emma los humilló por tener unos juguetes tan viejos. En ese momento, Emma se dio cuenta de que nunca se había portado bien con los demás. 

- ¡Lo siento mucho! Fui muy egoísta con ustedes y no me di cuenta de que no hay que juzgar a las personas por lo que tienen sino por lo que son. Perdonarme por favor. 

Los niños, sin pensarlo dos veces, la invitaron a jugar y hablaron con sus padres para que entre todos los habitantes de la aldea ayudaran a la familia de Emma a construir un nuevo hogar y a conseguir comida. Todos los ayudaron y la familia de Emma aprendió que para ser feliz no es necesario tenerlo todo.

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